Autor: Fer Meana.
Traemos una nueva entrega de nuestra Colección de relatos R002 – El probador de comida –
Soy probador de comidas. Con eso está todo dicho. Elijo lo que van a comer los demás. Es decir concentración y a disfrutar. Y después de la comida sexo. Y si me preguntan por qué, les respondo que porque mi cuerpo lo necesita. Yo le doy a mi cuerpo lo que me pide, lo que le da placer. A otros no, a otros les gusta maltratarlo, someterle a torturas, exponerlo al límite. Ejercicio y más ejercicio y el cuerpo que es vicioso se acostumbra al sufrimiento y pide más sufrimiento, más deshidratación. Al mío no. No le consiento estos excesos. Es un cuerpo sano, normal.
Y soy bueno en lo mío. Tengo un gusto exquisito. Me contratan los mejores restaurantes, los mejores cocineros, los fabricantes de magdalenas, los de conservas, los de anchoas de Santoña, por ejemplo.
Pero a mí quien realmente me descubrió fue Ferrán, un tipo listo. Se dio cuenta que sus cocineros -el equipo como él los llama-, no saben comer, sabrán cocinar pero no comer y en esto la cocina pierde precisión. Yo me fijo mucho en los cocineros sobre todo en los académicos. Disfruto con su técnica, con sus rituales, parecen curas celebrando misa. Con su mala ostia. Miran a los alimentos con agresividad y sobre todo les gusta quemar aceite, que salgan fogatas. Retan al fuego:
– ¿A que no quemas mi cocina? ¡¡No tienes cojones!!
¡Y de Ferrán al cielo! Como digo yo. Le gusta que se lo repita. Me admira y apenas habla conmigo ni tan siquiera de sabores. Me lee los gestos. A veces se da cuenta de lo valioso que es un plato recién creado, observándome por detrás. Se fija el cabrón en mis movimientos, en el grado de inclinación de mi cuerpo sobre el plato y sobre todo en las evoluciones de los anillos de grasa de mi cuello. Él cree que no me doy cuenta; observo su reflejo en la fina cristalería. Levanta la mano como si fuera a darme una ostia con la mano abierta en el collar graso, mordiéndose el labio inferior, pero se reprime y dice riéndose:
– Como come el cabrón, pero que bien lo hace. ¿Quién te ha enseñado a comer? No me digas nada. Sé que te ha gustado hijo puta.
Y yo también me parto de risa.
Nos entendemos en seguida. Es muy bueno. Muy listo.
Otras veces no. Ni mi cuello, ni mi cara expresan nada. Ferrán lo sabe. No me dirige la palabra y se mete en la cocina cabreado y maldiciéndome.
Me paga muy bien. La verdad es que lo que soy se lo debo a él. Me consagró.
En el sexo no es igual, no soy tan fino. La verdad es que soy un auténtico cerdo. Siempre lo hago después de comer. Lo que no soporto son los gritos de placer y mucho menos los maullidos tipo gato. Los considero de mal gusto y siento un encogimiento general.
Así es mi vida, una vida normal; no de culto al cuerpo, sino de mimo, como tiene que ser.
Pero esta mañana ha pasado algo que me ha irritado hasta casi hacerme enfurecer. Me ha dicho el médico que me voy a morir. Sera hijo de puta. Lo ha dicho sin sentimiento. ¡Joder! Y me ha cabreado. Directamente le he mandado a tomar por el culo, por gilipollas. Casi le suelto una ostia. Qué falta de profesionalidad. Así que rápido he pensado que tenía que contar mi vida y lo resumo así. Soy probador de comida. ¡Qué cojones! El mejor probador de comida del mundo.